11/05/2018

Todavía podemos salvar a las abejas

La muerte de 72 millones de abejas en Córdoba, a principios de marzo, se convirtió en un nuevo episodio de una crisis pronunciada en la apicultura argentina y mundial. Los números de colmenas y apicultores decrecen velozmente: según el Ministerio de Agroindustria de la Nación, en Argentina había 3.265.000 colmenas en el año 2010 y hay 1.828.203 en 2018: una caída del 44%. En Estados Unidos se calcula que la cantidad de colmenas comerciales ha descendido a la mitad en los últimos 75 años, al tiempo que los cultivos que requieren de polinización han aumentado en un 300%. Pero la buena noticia es que todavía estamos a tiempo de salvar a las abejas. La crisis se debe a varios factores, entre los cuales están el uso masivo de agroquímicos, el monocultivo, la aridización de las tierras y el cambio climático. La función más valiosa de las abejas en la naturaleza es la polinización, con la que transfieren polen entre las plantas y posibilitan su reproducción. El 85% de las plantas con flores cultivadas en el planeta dependen de los polinizadores como las abejas. En otras palabras, la crisis de estos insectos es también una crisis en la biodiversidad que repercute en la calidad y en la cantidad del alimento de la población humana La solución, como la crisis, se da en conjunto. “Primero, hay que implementar prácticas agrícolas amigables”, dice Lucas Garibaldi, presidente de la Comisión Científica de Polinización y Flora Apícola de la Federación Internacional de Asociaciones de Apicultores. “Por ejemplo, mantener la diversidad de hábitat, que es opuesta al monocultivo. O hacer rotaciones de cultivos y preservar el hábitat natural y seminatural”. Garibaldi, que investiga en la Universidad de Río Negro y que lideró un trabajo que en 2014 fue destacado por la revista científica francesa La Recherche como “el descubrimiento del año”, dice que en cada hábitat también es importante que haya diversidad de especies. “Y por supuesto, hay que reducir el uso de agroquímicos cuando los polinizadores están activos; por ejemplo, en el momento de la floración del cultivo”. Los productores están entre los principales afectados. “Lo que nos queda es hacer que las abejas se acostumbren a estas condiciones adversas y para eso tenemos que hacer una selección genética en nuestras colmenas con abejas reinas”, dice Ángel Dovico, el secretario de la Federación de Cooperativas de Apicultores (FECOAPI), asentado con sus 400 colmenas en las islas entrerrianas del Ibicuy. “Pero además tenemos que salir de la zona de fumigación y hacer asociaciones de productores para bajar los costos comprando insumos entre todos”. “Faltan políticas públicas sobre las formas de producción agrícola para lograr un equilibrio sustentable que permita la producción de alimentos sin destruir y devastar el ambiente”, dice Grecia de Groot, una bióloga del Laboratorio Ecotono-INIBIOMA, especializada en tendencias en la apicultura de la Argentina. Sigue: “Se requieren también políticas de incentivo al sector apícola. El 95% de la exportación de miel se realiza a granel; es decir, sin agregado de valor y a un precio muy bajo en comparación al valor de las mieles exportadas envasadas en origen”. Entre los especialistas es absoluta la coincidencia: necesitamos más legislación. En Argentina no hay una ley nacional que regule el uso de agroquímicos aunque el tema está en discusión. El proyecto de ley del senador Pino Solanas es uno de los más conocidos. Sólo algunas provincias tienen leyes locales sobre los agroquímicos, con protocolos para su uso. Córdoba es una de ellas. “Pero su ley no establece restricciones para el uso de algunos agroquímicos en zonas pobladas”, dice el abogado ambientalista Darío Ávila, de Córdoba. “Todas las normas locales del país responden a una misma matriz productiva y promueven el modelo de uso de agroquímicos. Ninguna tiene una mirada ambiental ni sanitaria”. Al contrario, la Unión Europea acaba de ordenar que los neonicotinoides (algunos de los agroquímicos más nocivos para las abejas) deben ser retirados de los campos. Un gabinete de jardín para abejas en Dublín. Crédito: www.flickr.com/infomatique Un gabinete de jardín para abejas en Dublín. Crédito: www.flickr.com/infomatique Pero aparte de los legisladores, cada uno de nosotros también puede hacer algo. La entomóloga Marla Spivak, que dirige el Bee Lab de la Universidad de Minnesota y dio una charla TED sobre la crisis de las abejas, propone crear jardines residenciales aptos para estos insectos. “Es tan fácil como ir al vivero y ver qué plantas sirven”, explica en su charla. Otra de sus ideas es sembrar plantas a los costados de las rutas para multiplicar las abejas silvestres. Y, por otro lado, tres argentinos fundaron una start-up para maximizar la producción agrícola a través de la polinización de abejas. Su proyecto se llama Beeflow, tiene un fuerte componente científico y sirve como intermediario entre apicultores y agricultores durante la floración de los cultivos. Comenzaron con una inversión de 200.000 dólares y como caso testigo lograron incrementar en un 90% una cosecha de kiwis cerca de Mar del Plata. El año pasado fueron seleccionados para ir a San Francisco, al lab de IndieBio, la aceleradora especializada en biotecnología más grande del mundo. “Muchas de estas prácticas no son raras”, dice el científico Lucas Garibaldi. “Están siendo implementadas en algunos lugares de Europa. Pero en Argentina todavía tenemos un largo camino por recorrer”.

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